- Área: 289 m²
- Año: 2018
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Fotografías:Alejo Bagué
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Proveedores: ATELIER, Atlas Schindler, Construvida, DOCK & DOORS, FF ARQUITECTURA, Grupo Tenerife, Pacific Cast Concrete, Prodalux, REVA MANUFACTURING, TELEINTRA, Ventalum
Orden arquitectónico en el desorden urbano
La Torre Hipódromo en Guadalajara, México (2012-2018), de OAB (Office of Architecture in Barcelona), constituye una de las piezas cumbre en la evolución de más de cincuenta años de proyectos de Carlos Ferrater; en esta ocasión junto a Xavier Martí y con la colaboración de Álvaro Berubén. Se trata de un prisma irregular que consigue poner orden a una zona de crecimiento de la capital tapatía, en la que no solo se da una mezcla imprevista de tipologías –desde casas unifamiliares hasta torres-, si no que no existe un proyecto de vías de circulación jerarquizadas y adaptadas al notable incremento paulatino del tráfico. Allí donde abunda la supervivencia dramática y sin planificación de edificios y calles de antes del desarrollo urbano, surge la torre.
Por ello se trata de una ocasión de oro en que OAB vuelve a demostrar su confianza en la capacidad de la tipología, la composición y la tecnología para establecer un orden urbano. Desde sus primeros trabajos, el contexto de la ciudad y del paisaje han sido la razón de ser de la obra de Ferrater. Y cuando éste entorno no es capaz para aportar inspiración, emerge el propio orden de la arquitectura para establecer una referencia, un hito que señala y disfruta las buenas orientaciones y vistas. De hecho, es un edificio pensado esencialmente desde la visión: la lejana, con su honesta y clara monumentalidad; la próxima, en el recorrido de entrada que va potenciando un sentido táctil; la visión desde los espacios interiores, perfectamente enmarcada en el modulado de las aberturas; y la nocturna, con la torre convertida en una linterna que proyecta la luz desde su piel geométricamente perforada, creando una imagen pixelada.
Este traspaso de la obra de OAB a un contexto latinoamericano, el equipo de Ferrater y Martí lo ha filtrado a través de la arquitectura tropical brasileña. La base sigue siendo, sin duda, Mies van der Rohe; especialmente aquel Mies tan capacitado para responder al desorden del entorno y a la irregularidad del solar. Pero aquí las referencias a los trayectos sensuales y tangenciales de Oscar Niemeyer es esencial en la experiencia de la entrada; y la influencia de las abertura en celosía o “muxarabi” de Lucio Costa, en el conjunto habitacional del Parque Ginle de Río de Janeiro, es básica en la composición del módulo de fachada. Hay, también, la ligereza y monumentalidad de algunas de las obras de Affonso Eduardo Reidy y de Carmen Portinho, y de aquella primera Lina Bo Bardi en Sao Paulo, enraizada en una “gramsciana” interpretación de la tecnología y del espacio “miesianos”.
Desde un punto de vista tipológico es un paso más después de la sede de Mediapro en la Diagonal de Barcelona (2005-2008). Aquí se traslada el preciosismo geométrico de una malla estructural, que es a la vez la forma, composición y fachada, a un contexto mucho más difícil, de parcela irregular, que obliga a ensamblajes complejos de la estructura de los forjados en abanico. Si la entrada en la torre de Mediapro era frontal y directa, con poco fondo, aquí es una secuencia que se genera limpiamente en el retranqueo y el escalonado del volumen, en una planta baja a doble altura, y que nos introduce a través de un elemento de paso, que algo tiene de homenaje a Alvaro Siza Vieira, a un espacio platónico y centrípeto, que se inspira en el Seagram en Nueva York de Mies. Tras retener la atención del visitante en el mostrador y en el fondo que alberga una batería de tres ascensores, que ascienden a la torre, y dos que bajan a un parking de forma helicoidal, como el sótano de La Pedrera de Antoni Gaudí en Barcelona, y que contiene los aseos y las escaleras, conduce su mirada hacia un patio, lujo de espacio, luz y vegetación. Así, el cuerpo del quién entra deberá girar en dirección contraria, como en el Ministerio de Cultura de Río de Janeiro, del equipo de Oscar Niemeyer, para acceder, en el paso comprimido tras el mostrador, al espacio que conduce a los accesos verticales.
Esta confianza en la geometría se culmina en la composición del modulado de las aberturas de la fachada. De nuevo, dentro de la mejor tradición racionalista, toda la complejidad está resuelta en la aparente simplicidad de un modulado, que también nos remite a Pierre Chareau y la fachada interior de la Maison de Verre en París; y expresa en su forma el orden deseado de una planta simétrica. Se consigue una feliz composición de las fachadas que se disfruta desde el “espacio sándwich” interior, como lo definió Colin Rowe. No solo se enmarcan las vistas en el modulado y se potencia un espacio cinemático, como de cámara panorámica, sino que se crea el ámbito de un mínimo balcón en la fachada, para la figura humana, un intersticio que bebe de los espacios intermedios japoneses. Es como una especie de tatami vertical, cuadrado y cuadriculado, de seis módulos, con una abertura en el centro que ocupa los cuatro centrales. Un rico resultado final de la búsqueda de la pieza de hormigón aligerado y prefabricado, de GRC, calculada como elemento de una estructura antisísmica. Una pieza encajable que significaría metafóricamente la clave de la bóveda, y que va a permitir el ensamblaje de cada elemento en una obra global: desde las aberturas moduladas hasta la forma escalonada y girada de la torre. Y que potencia el detalle esencial de una esquina resuelta por negación de la punta, por ausencia de lo puntiagudo y por la presencia del vacío.
En definitiva, una lección de madurez que se eleva muy cerca de aquel entorno urbano en el que, una vez, empezaron a experimentar su arquitectura renovadora los Luis Barragán, Ignacio Díaz Morales, Rafael Urzúa o Pedro Castellanos, de la Escuela Tapatía. Hoy, con otra arquitectura, tan contemporánea, y con una escala distinta, se perciben similares itinerarios rituales, espaciales y sensuales a los de la obra de Barragán, con su sístole y diástole, contracciones y aberturas del espacio, y con sus miradas, siempre enmarcadas hacia el entorno, buscando aquella composición y modulado de las pinturas del Renacimiento.
Josep Maria Montaner